martes, noviembre 10, 2009

Demostrado con dos extraordinarios ejemplos: el abigeo lo es por falta de oportunidades





A Ernesto Goerzen en San Pedro sus vecinos pobres le faenaron cerca de 400 reses en un año. Quiso conocer a quienes le hacían tanto daño y los visitó. Conoció la miseria en que vivían y entendió que su misión era ayudarlos a conformar una comunidad productiva exitosa en 4 Vientos y vaya que lo logró. Anton Neufeld en la zona de Lolita (Chaco) notó que los abigeos que asolaban estancias de mennonitas eran organizados, tenían capacidad de planeamiento y de trabajo en equipo. Pensó que la solución vendría reorientando esa capacidad de acción hacia el bien y catapultó un cambio extraordinario en comunidades que hoy son productivas y proveedoras de leche a las industrias del Chaco Central.

Seres humanos que cosechaban siembras ajenas hoy cosechan su propia siembra porque dos hombres formidables levantaron la visión hacia ellos y les enseñaron el camino del éxito.


Ernesto y Anton son ganaderos que cuando sus colegas paraguayos pensaban en armarse para defender sus haciendas, ellos encararon la defensa de sus intereses y los de sus comunidades mennonitas de un modo que está en la concepción misma de la existencia de esta colectividad que bajo las enseñanzas del ex sacerdote católico Menno Simons empezó a organizarse allá por el Siglo XV en los Países Bajos.
El grupo luego emigró hacia Alemania, Prusia y Rusia desde donde se desbandó al estallar la Revolución Blchevique y uno de los contigentes más fuertes llegó al Paraguay.

Abigeo: Su lado perverso- Su lado humano
Para lo que llamaríamos la concepción paraguaya normal, el abigeo es simplemente un indeseable que merece el peor castigo. “Un haragán cuyo lugar es la cárcel y existe porque el Estado ausente se muestra incapaz de defender al que apuesta al trabajo y ve el fruto de su sacrificio desvanecerse ante el embate de sus bandas”.
Vale decir, hay que destruirlo por la fuerza. No hay otra porque es un quiste que debe ser extirpado de la sociedad.
Ernesto y Anton han visto el problema desde otra óptica. Entendieron claramente que quienes saqueaban sus cultivos y robaban sus reses eran personas sin oportunidades de una vida digna.
Si bien mostraban capacidad de actuar en equipo, planear el golpe y ejecutarlo y eso indicaba claramente un potencial organizacional y empresarial, se trataba de destrezas, conocimientos y operatividad mal orientados.
Si había un plan para reciclar y reorientar esa serie de habilidades, talentos, capacitarlos en producción eficiente, competitividad y mercadoeo para darle un propósito digno a sus destrezas, las transformaciones que se lograrían serían extraordinarias.

Exportadores de soluciones con rostro humano
Y lo fueron. Ambos tuvieron éxito en sus emprendimientos solidarios y por su aporte a la solución pacífica y por qué no decirlo: gloriosa, no les quedaría grande el Premio Nobel de la Paz porque sus ideas han sido replicadas en otras partes del mundo.

Ernesto y Anton han sido invitados a exponer sus experiencias en foros internacionales y desde San Pedro y Lolita, han exportado sistemas de producción y convivencia armónica entre comunidades de desarrollo desigual para que alcancen nuevos esquemas de procesos de desenvolvimiento más equitativos.

Es la gran lección de humanidad que nos dieron ambos y que los empresarios rurales deben adoptar, dejando de lado sus egoismos y su miopía, para ser instrumentos de transformación positiva y de paz socioeconómica en el campo.
Ernesto y Anton ayudaron a resolver la pobreza de sus vecinos de un modo digno pero no aparecen en los diarios o en la televisión porque los medios se dedican a remover el problema y no les interesan las soluciones.

Nosotros los invitamos a conocer el proyecto Cooperación Vecinal en San Pedro (COVEPA) de Ernesto Goerzen, haciendo click aquí


Y asímismo, a conocer el proyecto Japay (despertemos) de Anton Neufeld, haciendo click aquí.

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