La corrupción
en el uso del dinero público entre los parlamentarios, inicialmente se presenta
como una actitud paternalista de Papá o Mamá en el poder que llevan al nene al
trabajo para servir cafe o jugo. Se lo disfraza de una tarea encaminada a mostrarle
el camino de la laboriosidad al hijo pero, con un salario millonario.
Se
manifiesta que “ellos (los hijos) también tienen derecho a trabajar como
cualquiera”. Quienes se revelan desde el poder, de este modo, usan un tono
inocentón a sabiendas de que están administrando privilegios y traficando
influencias al interior de su familia.
Quienes
hemos hecho cobertura informativa durante muchos años, sabemos que ese es el
inicio de la perdida de vergüenza porque la tentación a partir de ahí, abre una
ancha avenida. Si el poder abrió una puerta, puede abrir otras y si hoy se
trata de una perversa forma de –presuntamente- iniciar en la vida laboral al
hijo, el tema es que el hijo ha instalado en su mente el veneno de la
corrupción.
El propio
padre o la propia madre inocularon el vicio al hijo. Luego puede asaltar el
pensamiento de “mi hijo tiene derecho a estudiar en el exterior” y si el
presupuesto no alcanza, el poder está al alcance para que las corporación se auto
aumente su dieta.
Pero, como
los mercaderes de la coima que circulan los caminos del mercado, han
identificado a los que tienen un distorsionado concepto del manejo de la cosa pública,
ya saben que tienen aliados para corromperlos aún más y obtener leyes
favorables para sus respectivas causas, a cambio de hacerles realidad, los más
caros sueños que se les van ocurriendo a los congresistas.
Entonces, cuando no encontramos explicación de por qué se rechazan proyectos de solución
de grandes problemas como por ejemplo los del transporte público asunceno, es
posible entender que existen dinámicas perversas. Y se dan muchas decisiones que no las comprendemos.
Hay una maquinaria que
funciona a billetes sucios aplastando todo compromiso que el político hizo con
su electorado.
Curiosamente,
la institución que garantiza la representatividad popular en el gobierno y por
ende, la institución más democrática: el Parlamento, adopta prácticas antidemocráticas
de secretismo y ocultación de datos que son de interés público. Y se nos dice
que en el Congreso hay “80 príncipes” y se defiende su privilegio de nombrar
parientes y niñeras con salarios de nivel gerencial. Hay que ver qué tipo de
principado hay ahí que ha hecho olvidar a muchos sus compromisos de lealtad a sus mandantes, nosotros los ciudadanos.
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