domingo, marzo 24, 2013

Hollywood, La NASA, Bruce Willis y “Armageddon”


Bruce Willis, Ben Affleck y otros héroes de Hollywood fueron enviados por la NASA a enfrentar a un asteroide que traía rumbo de colisión con la Tierra y nos hicieron creer que los norteamericanos estaban dispuestos a defender a la humanidad de una pedrada interestelar de esas características. Pero sin decir agua va, la NASA abre los ojos a la realidad y nos expone ahora con sinceridad que si un peñasco del espacio profundo nos amenaza, solo nos resta rezar.
Toda esa historia de enviar a un equipo de picapiedras capaces de hacer un hoyo en el asteroide que nos da un ultimátum, para colocar explosivos y desviar su ruta para salvar al planeta, es solo cuento inaplicable. La verdad es que Bruce Willis no está dispuesto a morir como en la película "Armageddon" por nosotros, para hacer explotar la bomba y colocar a la piedra viajera en otra avenida que la lleve por otros destinos.

La NASA acaba de decirlo con todas las letras: Si un asteroide gigantesco viene a chocarnos, pues irremediablemente nos chocara y capaz que acabe con la existencia de buena parte de los seres vivos, menos las cucarachas que se esconderán en algunos albañales para reaparecer cuando toda la polvareda del puñetazo pétreo baje nuevamente y se estabilice lo que quedara de la Tierra tras el duro impacto.
Quienes creyeron esa historia de bombardear un asteroide para desviarlo de su ruta o convertirlo en un cumulo de pedregullos interestelares que al chocar contra la atmosfera se convertirían simplemente en un espectáculo pirotécnico de estrellas fugaces, no está en los manuales de la NASA. Quítense de la cabeza.

Estimados lectores, este es un buen momento  para aprender a orar  por si todavía no lo sepan.
Hay 10 mil asteroides que potencialmente en un momento pueden entrar en la misma ruta de la tierra debido a que no ha podido establecerse un acuerdo mínimo para instaurar el reglamento de tránsito que prohíba a los asteroides circular  por nuestros caminos y como motociclistas sin casco, de improviso se cruzan en nuestra trayectoria, sin hacer señales.

lunes, marzo 11, 2013

Soborno al electorado con el dinero de todos



“Somos gobierno y por qué no puedo pedir trabajo a la gente que necesita”. Este enfoque populista expuso la senadora liberal Zulma Gómez para tratar de justificar una actitud patrimonialista insertada profundamente en la política paraguaya y que hace que quienes están en el gobierno se consideren con derecho a manejar la cosa pública de un modo corporativo. Vale decir, en función de los intereses del partido de gobierno.
Es una inmoralidad que está penada por Ley desde la óptica del tráfico de ifluencias y desde la perspectiva de que el Estado no es una agencia de colocación de correligionarios necesitados. El Estado ciertamente contrata personas pero en función de sus necesidades específicas y en base a un concurso que determina quién es el más apto para ocupar un cargo, más allá del color del pañuelo que una persona hace revolotear en las reuniones partidarias.
Ha sido un vicio político el contratar a personas para luego ver qué hacer con ellas. Se privilegia así la conformación de un electorado asalariado que decide luego el gobierno que administrará el país sin importarle su plataforma sino que priorizando su salario que termina siendo un soborno político.
Es inmoral por donde se lo mire porque ni el Estado puede mejorar sus prestaciones de ese modo y se crea una carga superflua sobre la masa contribuyente a la que se le obliga pagar por servicios que no recibe o a mantener un aparato ineficiente, ineficaz y paquidérmico. Se dilapidan fortunas en soborno y no en educación o salud cuando más se necesita que el dinero público se oriente a estos dos sectores trascendentes.
Que el electorado perciba claramente las propuestas que tiene en frente, para decidir en las próximas elecciones, el camino que desea para la nación.

Otros articulos sobre el tema

Funesta captura patrimonialista del Estado

Cómo frenamos el acoso de los partidos sobre los recursos públicos

Ser grosero, sinvergüenza y ladrón

domingo, marzo 03, 2013

Paraguayos? con su musica a otra parte!


Veo a los compatriotas divirtiendose sanamente en un rincon publico de Sevilla y la Policia llega para interrumpir su alegria tal vez por la envidia de quienes carecen del contentamiento con tan poco. Leer este articulo que se publico en el Diario de Sevilla (España) me hizo un nudo en el corazon y lo comparto con ustedes. Consta de dos partes: 1- Fuera paraguayos y 2- Que error cometimos contra ustedes, paraguayos.

la sevilla delguiri

Prohibido paraguayos

Historias urbanas. El parque se quedó vacío y el barrio satisfecho, como un niño malcriado que consiga que le devuelvan su juguete para poder él destrozarlo, en atención al vencido.
EL hermanastro, recién llegado al barrio de su flamante novia, se sintió afortunado al contemplar el parque frente a su bloque. Aunque le parecía más un descampado, un gran cartel anunciando que estaba en obras le dio esperanzas. Cinco años después, con el hermanastro ya casado y con prole, el parque seguía en ruinas, pero sin el cartel. Nunca iban niños a jugar, o novios a pasear, o familias con sus cestas a merendar, sólo perros y sus dueños para ensuciar. Durante la noche, un detrito de gente joven y no tan joven, quizás eternamente inmadura, lamía el borde del parque, disfrutando no del parque, sino de lo que llevaba al parque, alcohol y estupefacientes. Sólo entraban para romper cosas ya rotas, o para hacer lo mismo que hacían los perros durante el día. Porque la desgracia había perseguido al parque durante tantos años, sin algún intento de remediarla, el hermanastro se preguntaba si el barrio y la ciudad preferían un parque abandonado y mugriento, para poder seguir maltratándolo, mientras se culpaban el uno al otro de su estado.

Pero el barrio estaba cambiando. Se había instalado gentes de fuera, de tierras lejanas, que echaban de menos el campo abierto de sus países. No tenían casas de campo o de pueblo a las que poder ir en coche. En su gran mayoría ni siquiera tenían coches. Ganaban poco. Vivían muchos de ellos en un mismo piso, para poder llegar a fin de mes, y para poder enviar a sus tierras lejanas, y a los seres queridos a los que han dejado, el poco dinero que les sobraba. Los pisos cuchitriles, con poca luz y techos bajos. Ventanas con rejas daban a otras ventanas con rejas, a placitas manchadas y malolientes, donde árboles enanos y enfermizos se utilizaban para encadenar chatarra de motos. Esas gentes no pedían mucho para poder evadirse. Pedían poquísimo. Se conformaban incluso con un parque abandonado y defecado.

Un día una familia paraguaya, vecina del hermanastro, aún más nueva en el bloque que él, se instaló, con neveras llenas de comida, alrededor de un árbol del parque. Los árboles en su gran mayoría se habían caído por sequía, o por podredumbre. Sólo el árbol elegido daba confianza y sombra suficiente para acoger tal clan familiar, tíos, tías, amigos, amigas, y todos sus críos, con sillas de playa y mesas desplegables. Pusieron la plancha de la barbacoa en un rincón hecho por dos muros desmoronados, donde, durante el invierno, algunos incorregibles del barrio prendían hogueras para no sufrir frío mientras nutrían su desidia y disipación. La familia pasó toda la tarde allí, hasta entrada la noche, montando su romería. Se marcharon llevando consigo su basura. Al hermanastro, volviendo de sus recados aquella tarde, le había animado el ambiente, y, de repente, empezó a molestarle menos su hipoteca.

Al fin de semana siguiente se presentaron más gente, y al siguiente aún más. Pronto estas gentes de tierras lejanas se apoderaron de casi todo el parque. Encontraron, de una forma u otra, sombra y sitio para sus sillas y mesas, y para asar sus manjares. Llevaban instrumentos y los tocaban. Cantaban. Celebraban cumpleaños, con globos, tartas, regalos y el jaleo jubiloso de la chiquillería. Como el parque no tenía instalaciones ni aparatos, estas gentes los llevaban, los montaban, y después de jugar sus juegos, los desmontaban, y los llevaron consigo con su basura. Siempre dejaban el parque en el mal estado en el que lo encontraban.

En varias ocasiones, la familia paraguaya, al ver al hermanastro volver de sus recados con aquella mirada de aprobación, le invitó a sentarse con ellos y tomar algo. El hermanastro también venía de tierras lejanas, y pensaba aceptar la invitación un buen día, con mucho gusto. Quería participar, brindar por una revolución que ha convertido el gran adefesio de su barrio en un festejo.

Pero la revolución tropezó, como todas, con la ranciedad. Entre el vecindario de siempre, el estado de gracia de su parque, en vez de dar alegría, dio la alarma. El olor a barbacoa, decían, se pegaba a la ropa que tendían por la tarde. Preferían, al parecer, el olor a alcantarillado y a orina. Esta gente que pasaba toda la tarde en casa, chupando la teta televisiva, que gastaba sus ingresos, ganados con mucho esfuerzo, o poco, o ninguno, en baratijas y chucherías, denigraba públicamente este tipo de ocio al aire libre como "una horterada que acabaría provocando altercados". De repente, esta gente que nunca utilizaba el parque, salvo para pasear y vaciar a sus mascotas, se fijaba en las esquirlas de vidrio, en los litros de cerveza tirados, en las cenizas de las hogueras del invierno pasado, y culpaba a los recién llegados de maltratarlo.

Un fin de semana por la tarde, con el parque hasta los topes de animación, alguien llamó la Policía, y la Policía llegó (en absoluto una garantía en aquel barrio marginado, sobre todo cuando el problema trataba de alterar el orden público) y aguó la fiesta de una vez por todas. La gente recogió sus cosas y se marchó para siempre, en busca de paz, no líos, prueba definitiva que sólo quería diversión sana. El parque se quedó vacío, y el barrio satisfecho, como un niño malcriado que consigue que devuelvan su juguete, para poder él destrozarlo adrede, en atención al vencido. Fue la única vez que el hermanastro había visto el barrio y la ciudad trabajar juntos con eficacia: para dar la patada a gente que sabía aprovechar lo que ellos, ya desde hace mucho tiempo, habían dejado de ser capaces de valorar.

-¿Qué podemos hacer? -dijo el padre paraguayo-, si antes perros que nosotros.
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