lunes, junio 09, 2014

Crecida, facilismo e hipocresía

Colach de fotos publicadas en los medios de Asuncion, Paraguay

Tiempo de lluvias torrenciales y de crecidas de ríos y humedales. Tiempo de críticas a los gobernantes. Tiempo de denuncias contra políticos que buscan utilizar recursos públicos –el dinero de todos- para encumbrar sus figuras o la de sus partidos, con fines electorales.

El alto índice de damnificados, es también consecuencia de la corrupción de los gobernantes que no han sido serios ni patriotas. Un país de apenas 6 millones, absolutamente manejable y capaz de albergar equitativamente a todos, no tiene espacios para un montón de gente porque en el campo principalmente, unos pocos se tragan la riqueza que este país es capaz de generar.

Este también es tiempo de pedidos de ayuda que desbordan los recursos disponibles y tiempo de mendicidad desbordante: Tiempo en que se escucha esta breve conversación:
-Ven te ofrezco un trabajo como jardinero
-“No, si yo soy un damnificado” como diciendo no tengo por qué trabajar sino que simplemente recibir ayuda. Distorsionan el mandato divino de “ganarás el pan con el sudor de tu frente” y lo interpretan a su manera como “ganarás el pan con el sudor del de enfrente”.

Cambalache
Tiempo de exaltación de la solidaridad pública, de grupos bienintencionados que recogen ayuda para los que necesitan. Tiempo de los cínicos que dicen: “a mí nadie me ayuda, que trabajen esos haraganes”.
Y ciertamente es tiempo en que algunos se avivan y piden dinero en vez de ayuda material para transformar lo metálico en líquido embriagador.  Es tiempo de crecida en el que se manifiesta lo mejor y lo peor de cada uno y como dice Enrique Santos Discépolo en su inolvidable “Cambalache”. “Todos revolcados en un merengue y en el mismo lodo, todos manoseados”.

Y en ese remolino de denuncias, críticas, pedidos de socorro, ayuda solidaria, en unos días más, tal vez habrá peleas entre vecinos de los barrios invadidos por gente que huyó de las aguas. 
No hay baños en las veredas y barrios enteros probablemente apestarán para sufrimiento de gente que en la altura, en los primeros días muestra su amor, hasta que la falta de infraestructura sanitaria, libera sus hedores.

En crecidas anteriores los hurtos se incrementaron mientras duró el problema. Son muchas las familias que han debido correr a las alturas donde irremediablemente ocurrirán bajuras. Hay que estar preparados, con la paciencia templada, el corazón fortalecido y el espíritu predispuesto para implorar por la calma que viene de Lo Alto.

Por que tuvieron que venir?

Porque además podemos percibir que hay gente que en el campo, cultivando la tierra, un día fue expulsada de su tierra prometida y ha tenido que emigrar a poblar el cinturón marginal de la gran ciudad y apenas encontró un rincón ya sobre el lecho del rio. 
Terrenos anegadizos que no eran propicios, fueron habitados y los políticos que debieron evitarlo, prefirieron ser concesivos a cambio de votos o dinero.
Porque, finalmente los hombres somos pequeños ante la furia de los elementos, no es de extrañar que pronto surgirán los que dirán: “Si Dios existe, ¿por que permite estas desgracias?” y no entenderán que Dios les estuvo esperando siempre y nunca acudieron, y hace años que no escuchan su palabra. 

¿Y no será que en este tiempo en que intentamos bloquear su proyecto de sustentar la sociedad sobre el matrimonio entre un hombre y una mujer, el agua busca lavar nuestro torcido entendimiento, y ese es el mensaje? 
No!, dirán de inmediato los cientificistas, pues esta es una manifestación de las fuerzas que gobiernan la atmosfera y sobre las que –según creen- Dios no tiene soberanía.

La tiene. Es su creación.
Vemos que los medios simplemente abordan por el lado de la huida del agua y su problemática. La anécdota del problema domina la historia y sin embargo hay un fenómeno para abordarlo desde una perspectiva más profunda y amplia. 
De partida, entendamos que muchos, la gran mayoría de los que hoy son golpeados por el agua, debieron estar en otro lugar. No en la ribera anegadiza.

Hubieran sido prósperos agricultores, exitosos y felices productores y explotadores del más grande supermercado que Dios nos ha regalado: la fértil tierra paraguaya.

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