Creyentes brasileños
se están preparando para accionar durante el Mundial de Futbol 2014.
Desarrollarán una campana evangelistica y distribuirán palabras de salvación en
tarjetas amarillas. En posición de árbitros y con un silbatazo, entregarán las
cartulinas a los hinchas con la “advertencia arbitral” de leer el mecanismo de salvación
establecido por lo Alto para salvarse de la tarjeta roja de Dios que puede ser
la próxima.
Entienden
que un evento movilizador de multitudes no puede pasar por alto como
oportunidad para difundir el mensaje y se nos ocurre que es un buen ejemplo
para accionar en Paraguay donde la violencia que rodea al futbol con el
enfrentamiento a muerte, entre hinchas, convierte a un espectáculo otrora pacífico
y apto para la familia en un desafío para intrépidos.
Los equipos
de Cerro Porteño y Olimpia no pueden jugar en un mismo día porque sus barras
bravas se buscan para tenderse emboscadas y “en el mejor de los casos”
agredirse a pedradas. La verdad es que no son pocas las muertes por armas de
fuego.
Lo más
curioso es que en vez de atacarse de raíz el problema, se considera ese hecho
cavernario como natural “porque es así y no se va a poder cambiar” (¿?) y la Policía
dispone que no se jueguen partidos de ambos equipos en un mismo día, lo que
quiere decir que la violencia impone su ley.
Pero el
colmo de todo es que como hay tanta sed de violencia, da la impresión de que al
recurrirse a la táctica de separar los partidos de Cerro y Olimpia, esa es la razón
por la que las hinchadas divididas de ambos equipos, se enfrentan entre sí. Ya
que no hay rivales a los cuales agredir “agredámonos entre nosotros” parece ser
la consigna.
Y puede que
el equipo este jugando de un modo precioso, ganando partidos e incluso
liderando el campeonato y la televisión muestre que en las gradas las peleas
entre hinchas de un mismo club, se agreden de un modo inmisericorde.
Si la porción
decente de la sociedad no logra imponer las reglas del respeto, el próximo paso
será ir a los estadios con cascos.
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