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ciudadano. Los restaurantes descubrieron una veta que entusiasma a los
comensales y se pusieron de su lado en esta campaña de protesta contra
parlamentarios que llegaron al poder con promesas de justicia y apertura pero
gobiernan con sus caprichos de corrupción. Se protegen mutuamente de
imputaciones judiciales por mala gestión cubriéndose con sus fueros.
Todo comenzó
como siempre, con una organización libre de ciudadanos hartos de la corrupción en
el poder. Grupo voluntario de gente que a partir de sentirse identificada en
torno a emociones y visiones compartidas, decide realizar acciones colectivas
de protestas para presionar “a los de arriba”.
Más que
en oportunidades anteriores, se logró influir sobre el resto y los restaurantes
aparecieron como en un efecto dominó, anunciando que se reservaban el derecho
de admisión de clientelas para discriminar a los parlamentarios que han votado
a favor de defender a Víctor Bogado de la imputación judicial por abuso en el
manejo del dinero público y el derroche en favor de su grupo.
Todo
bien hasta aquí. El problema es que los políticos saben que la bronca se
sustenta sobre determinados hechos que en la vorágine de la vida nacional luego
pasan a segundo plano en la atención colectiva y esos movimientos se diluyen,
pierden fuerza y la amenaza que parecía enorme, desaparece.
Los políticos
conocen la dinámica de esos movimientos que carecen de un buen tanque de
combustible. Son arranques briosos que luego quedan en punto muerto. Es entonces
cuando se nota la falta de grupos intelectuales que le den un sustento de ideas
a los movimientos ciudadanos autoconvocados. Es bueno ir pensando en una mínima
institucionalidad que garantice que no se pierda la “propiedad” del movimiento.
Porque
es muy fácil que quintacolumnistas se incorporen al grupo y como vienen con propósitos
definidos en otros estadios, actúen de un modo que desnaturalicen y desprestigien
al grupo. La vulnerabilidad es enorme pero no hay que perder la vocación de
protesta. Vemos que no hay oposición política en el país y queda claro que la única
oposición la tendrán la ciudadanía, los restaurantes y más adelante otros grupos
empresariales que entenderán que el poder que está de este lado, debe ser
ejercido por nuestro propio bien.
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