“No echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las huellen con sus patas, y volviéndose os despedacen”. (Mateo 7:6) Esta es una expresión bíblica que se usa comúnmente como otra manifestacion popular y mundanal, tipo: “hablar con burros es recibir patadas”. Sin embargo “no le des perlas a los chanchos” tiene una connotación mucho más profunda y rica y un significado que nos ubica claramente ante la sabiduría que hay en el libro de los libros.
Para crear una perla, todo empieza con un granito de arena que se introduce entre los pliegues de una ostra. Ese elemento extraño, causa una herida en la carne del animalito. Le produce dolor y para protegerse de lo que le lastima, la ostra empieza a producir una sustancia llamada nácar que envuelve al granito de arena, causante de su molestia.
Todos sabemos lo que un pedregullo en el zapato nos hace sufrir pero no tenemos la capacidad de la ostra de generar nácar para rodear el pedrusco, eliminar sus perfiles cortantes y hacer más llevadera su presencia en el zapato. Sufrimos nomas hasta que en el momento más oportuno nos sacamos el calzado y expulsamos la piedrita. La ostra no tiene nuestra ventaja.
La ostra irremediablemente debe sufrir y generar cada vez más nácar para redondear la arenita y convertirla en una bolita que no hiere y que termina siendo la perla. Pero entonces, la perla es el producto de un enorme sufrimiento durante mucho tiempo. Es consecuencia de una prolongada irritación. Ciertamente le damos valor a la perla por su apariencia pero en la creación, esa belleza es la respuesta al sufrimiento.
Y todos sabemos que nada se conquista sin sufrimiento. Una perla es el resultado de una dificultad que costó dolor por un largo tiempo. El problema es que con frecuencia desperdiciamos lo que mucho nos costó, dándole nuestras perlas a los chanchos. Muchos ni siquiera tienen conciencia de que reciben una perla.
Pero el mensaje bíblico en la expresión que nos ocupa es que hubo alguien que como la ostra, sufrió estoicamente las heridas para darnos un tesoro más valioso que la perla, una fortuna que no hemos merecido. Envolvió las heridas que nosotros mismos le propinamos, con el nácar de su amor para regalarnos algo extremadamente más valioso porque tiene un valor eterno: La salvación, la eternidad gloriosa.
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