lunes, febrero 08, 2016

El fútbol: Lo bueno, lo malo y lo feo

Una cosa es el fútbol y otra lo que la gente hace con el fútbol. Ciertamente en estos tiempos de distorsiones, muchos le asignan al deporte competitivo una función que no puede desempeñar. En el marco de la idolatría reinante, se crean dioses que no son y muchos sustentan su alegría y satisfacción sobre la victoria del club de sus colores, vale decir sobre un pilar inestable dando inestabilidad a su estado anímico. Adoran falsos dioses.
Grandes estudiosos del comportamiento humano como Thorsten Veblen ven sin embargo en la competencia deportiva, el fútbol entre ellas, una fuente de autoafirmación alineada a la naturaleza guerrera del hombre. Aunque a veces alienta pasiones descontroladas, el fútbol es una emulación pacífica de un enfrentamiento en el que no hay muertos. Hay una manifestación estética de aptitudes que en tiempos de barbarie, eran predatorias o directamente salvajes.
Vale decir, hoy como sociedad -por la vía del deporte competitivo- hemos hecho una transición del salvajismo hacia hábitos competitivos pacíficos que mantienen una figura presuntamente belicosa, azuzada por un público identificado con banderas (como en la guerra) que grita contra el equipo adversario que ya no es el enemigo a eliminar físicamente, sino de la competencia.
La guerra es parte de la naturaleza del hombre. En el Antiguo Testamento hay mas de 200 citas al Dios de los Ejércitos, tal como se lo nombraba a Jehová. Pudimos haber vivido en un Edén, tierra sin mal y en medio de paz y libres de enfermedades, pero las conductas erróneas determinaron que tuviéramos que desarrollar la vida fuera de esas condiciones y en permanentes conflictos.
Si analizamos desde la perspectiva histórica, las guerras han sido más mortíferas e intensas en ésta ¨era civilizada¨de la humanidad. Hoy, nuestra sociedad post industrial, en la que el desarrollo de la ciencia y la inteligencia no tiene precedentes, es la más guerrera y para el efecto el avance de las máquinas que matan, armamentos sofisticados son desarrollados para eliminar mas gente en el menor tiempo posible y a un costo más bajo. Es cruel hablar en estos términos pero es la realidad.
El triunfo deportivo imita pacíficamente al conflicto armado. Sin muertos ni heridos, bajo condiciones normales, la victoria deportiva garantiza la permanencia en una determinada categoría y la derrota implica el descenso a un lugar indeseado. El sentimiento competitivo, el deseo natural de conquistar hazañas subyace en la mente del hombre moderno y se canaliza de un modo lúdico hacia los deportes de competencia como el fútbol.
No hay nada malo en eso. Por el contrario, los deportes fomentan un habito mental útil y es hacia ahí que han evolucionado las costumbres pasadas. Es más, cuando surgieron las Olimpiadas se cuenta que las guerras paraban para dar paso a una manifestación mas civilizada de esa naturaleza guerrera.
Hay aspectos que la sociedad valora por sobre la manifestación meramente atlética y se relaciona con la táctica y la astucia que le dan un lucimiento estético al deporte. Todo esto contribuye a valorizar el rasgo competitivo aderezado de sagacidad e inteligencia, complementos muy valiosos para la sociedad moderna debido a que en el medio en que hoy se desenvuelven la vida, el trabajo, los negocios, son necesarios esos rasgos que en el fútbol se presentan con la gambeta, la velocidad, la potencia, el dominio del balón, la estrategia de equipo.
Lo cierto es que el hombre vive en estado de guerra en un plano espiritual. Los creyentes cristianos sabemos que ésto es así y permanentemente enfrentamos al enemigo y nos ha sido dado el poder para vencer. Lo que ocurre es que en una visión del mundo, la pelea es contra la corrupción, la prostitución, la drogadicción, el alcoholismo, la homosexualidad, etc., pero en realidad la “lucha no es contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las huestes espirituales de maldad...”.
La lucha es contra espíritus. En la manifestación mas descarnada de esa realidad, Jesús mientras era garroteado de un modo inmisericorde rumbo a su muerte, oraba por los humanos que lo martirizaban pidiendo: “Padre, perdonalos porque no saben lo que hacen”. Sabía que sus enemigos no eran de “carne y sangre” sino espíritus malignos que actuaban en los garroteadores. Así como actúan en los drogadictos, los prostitutos, los alcohólicos, etc.
Volviendo al fútbol y razonando desde una perspectiva cristiana, nada tiene de malo hasta que los vicios y las perversiones -desencadenados por espíritus inmundos que gobiernan al mundo- intervienen y tuercen las actitudes.

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