miércoles, febrero 03, 2016

La corrupción desquiciada. Así no podemos seguir


Cuando a Fernando Lugo le cuestionaron por qué insistía con una práctica odiosa de dar ocupación en el gobierno a sus familiares, respondió algo así como que también sus parientes deben trabajar. Le estaba restando toda connotación ventajista al hecho de que en el ejercicio de poder público estableciera beneficios privativos para los suyos con dinero de todos.

En la dictadura de Alfredo Stroessner la corrupción tenía pautas éticas (puede parecer un contrasentido) y se manifestaba en función del dicho “pe mokó pero ani pende ahy´o pa´ati” (traguen pero no se atraganten).

Aquellos que se atragantaban eran mal vistos y eran alejados de los círculos de poder. No iban a la cárcel pero sufrían el destierro del ámbito palaciego, un castigo indeseado en el marco de la estructura vigente sustentada por trepadores, "cepilleros", chupamedias, hurreros profesionales, etc.

Recuerdo aquí que el escandaloso sobrecosto del viaducto de la avenida General Santos que cruza la avenida Eusebio Ayala, generó ese destierro al intendente de entonces. Desapareció política y socialmente porque se había “atragantado”. Es más, Stroessner “el segundo reconstructor de la nación”, rechazó ir a hacer el corte simbólico de la cinta inaugural a pesar de ser el primer viaducto del país. Nunca se inauguró el viaducto y Stroessner no perdonó que le arrancaran del corazón el deseo de posar como reconstructor en lo mas alto de la obra.

Hubo otros atragantados, entre ellos un ministro de Industria y Comercio al que le llamaban “ministro 10%”. Era la participación graciosa que solicitaba a los inversionistas extranjeros que radicaban proyectos en Paraguay. Espantó inversiones que se llenarían de carteles “Paz y trabajo con Stroessner” y lo fueron arrinconando hacia las afueras del círculo áulico.

Había una corrupción organizada y la organización era respetada. El contrabando de papas y cebollas era para unos; el contrabando de harina para otros; los juegos de azar era para una determinada familia; el rollotráfico, todo se organizaba de un modo que nadie metiera sus manos en el terreno ajeno. Militares, políticos y amigos del poder. Solo para ellos.

El planillerismo era la constante pero nunca alcanzó los niveles que hoy se ven. A la ciudadanía se le toleraba su cuotita corrupta y estaba permitido el contrabando hormiga. Podías ir a Clorinda y traerte cosas para el hogar o a Foz y los aduaneros de tanto en tanto decían que no era posible ingresar tal o cual producto pero luego dejaban pasar para alivio del ciudadano.

Al contrabando de la muchachada, el régimen le llamaba “el precio de la paz” ¿Entienden? Una especie de acto de amor del “único e indiscutido líder de todos los paraguayos de bien que aplauden las obras de progreso”. Hay que aclarar que los que no aplaudían, eran “los eternos negadores de la realidad nacional que buscan dividir la familia paraguaya y que con su comunismo ateo y apátrida, atentan contra la paz constructiva que vive la República”. Vale decir, enemigos públicos.

Todos estos vicios y falsedades eran parte del esquema y cuando entrevistábamos a los opositores o a observadores extranjeros que venían, la esperanza se instalaba sobre una plataforma creíble: “Cuando desaparezca la dictadura, se irá con todos sus vicios. La democracia no convive con la corrupción. Democracia y corrupción no son compatibles”.

Pamplinas. Se fue la dictadura pero no la corrupción. La democracia lo que hizo fue democratizar la corrupción. Hoy el planillerismo no es establecido desde la cúpula sino que además es una prerrogativa de las bases. Los opositores planillean y eso era absolutamente impensable durante la “segunda reconstrucción”. Para situar en perspectiva, Karina o Fonseca, jamás hubieran podido hacer lo que han hecho.

Hoy, el poder político atomizó la potestad de corromper y se ha llegado a un derroche carnavalesco, un cuadro de desquicio causado por políticos y dirigentes carentes de decoro ¿Siete mil funcionarios en la Municipalidad de Asunción? Una vez dijeron que con 500 bastaba pues los servicios municipales como recolección de basura, limpieza, barrido, reparaciones de calles, etc., debían tercerizarse.

El aparato estatal está podrido. Es como un balde de agua lleno de agujeros y lo que uno carga, se pierde. Ahí donde las tarifas públicas deben bajar, como las pérdidas son tan enormes, se habla de aumentarlas.

La infección se ha extendido y donde uno aprieta, salta el pus. Esto es insostenible. Se llegó a un punto en que así no se puede continuar.

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