Lo normal es que de joven uno sea revolucionario pero que la experiencia y los años lo lleven a uno a ser conservador. Noto sin embargo que en Paraguay el conservadurismo más bien ayuda a consolidar una situación tremendamente injusta para los que nada tienen.
Fui periodista de economía en medios escritos en un tiempo histórico en el que el comunismo se derrumbaba por falta de sustentación económica. Se expresaba entonces que el marxismo era bueno para distribuir pero malo para generar por lo que finalmente al no tener nada que distribuir terminaba implotando (lo contrario de explotando).
Se deshacía la Unión Soviética y en Occidente los gobiernos privatizaban empresas públicas. El Estado, mal administrador, sucumbía porque finalmente una empresa estatal cumple fines sociales y políticos más que económicos. Se llena de empleados, sus costos van para arriba y sus utilidades, para abajo.
Pasaron sin embargo algunas cosas que no estaban en la teoría. Muchas privatizaciones fueron corruptas y acabaron en mayor concentración de riqueza, el establecimiento de privilegios para grupos de poder por el lado de liberaciones impositivas que no transfirieron beneficios al ciudadano.
No se cumplieron los paradigmas. El pensamiento capitalista estriba en que la libre empresa produce una competencia en la que ganan los más aptos. El triunfo de los mejores –promete la doctrina- produce avances y genera ganancias beneficiosas para toda la economía
Cuando una economía es exitosa finalmente se produce un rebalse de beneficios hacia todos, de modo que todos ganan. Sin embargo en una sociedad con impuestos que no se pagan, esto no se cumple.
Los triunfadores son pocos y no derraman la bonanza sobre los demás por lo que se profundiza un esquema de privilegios y resulta entonces un país de dos velocidades.
En uno de los segmentos, gente que tiene acceso a todos los servicios y disfruta de la modernidad y en el otro, una mayoría desplazada, empobrecida y marginada. Peor aún, mal vista por el otro segmento que lo observa como un estorbo.
En el campo el panorama es tremendamente desigual. El paradigma establece que el éxito sojero tendría que producir un bum económico que será beneficioso para todos. Nada más falso. Son pocos los ganadores, los perdedores son mayoría y para mayor desgracia, los sojeros no quieren pagar impuestos que servirían para planes educativos, entrenamiento y el estímulo del desarrollo de alternativas productivas o transformadoras para los excluidos.
Los hechos sangrientos
Este es el contexto en el que hoy lamentamos sangrientos hechos -muerte de 6 policías y 11 campesinos en un conflicto de tierras- que no desaparecerán buscando sólo respuestas policiales y judiciales a un problema que es más amplio y complejo y que tiene que ver con la concentración de la tierra en poder de pocos y la falta de opciones de empleo para la masa campesina expulsada de las parcelas productivas.
Crece el número de gente que necesita producir, generar recursos para alimentarse y proyectarse.
Mientras tanto, los políticos siguen viviendo en un mundo irreal y egoísta, mirando sus propios objetivos y desentendiéndose de los propósitos de la sociedad toda.
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