La sociedad paraguaya realiza en estas fechas, intensos
preparativos de orden ornamental, manducatorio, ropas nuevas, regalos, buenos
augurios. Las campañas publicitarias orientadas al consumo y al gasto
celebratorio han sido ideadas con enorme esmero para hacer que el público se
despoje de un enorme caudal de dinero en poco tiempo, para lograr que
multimillonarios recursos que han pasado al poder de la gente por la vía del aguinaldo,
retorne en pocas horas a los que han soltado ese torrente dinerario.
El dinero volverá a su acostumbrado lugar y
poco tiempo después de que las burbujas de la sidra desaparezcan, las angustias
de la gente también volverán a su mismo lugar y ya enero se llenará de quejas
porque el mes fue largo y el dinero no alcanzó. Es la rutina y es posible
escribir una crónica de lo que va a pasar porque es lo que va a pasar pero que
no debe pasar.
Esto ocurre porque no nos hemos detenido a
reflexionar realmente que es lo que estamos festejando. Festejamos nomas.
Compartimos entre nosotros regalos, buenos deseos, brindamos entre nosotros y
por nosotros ¿y el cumpleañero? Y aparecerá por ahí en pesebres pero siempre
como una figura accesoria, a pesar de que está vivo por que resucitó de entre
los muertos. No solo está vivo sino que entre nosotros, ahí donde dos o tres
nos reunimos en su nombre.
¿Se imagina usted? El personaje de la
fiesta, es secundario en la celebración. Considere el que está leyendo esto que
en el día de su cumpleaños, en la fecha en que todos se reúnen para celebrar su
aniversario, los demás se regalen entre ellos y usted sea olvidado, realmente
un convidado de piedra o para ser más exactos con lo que pasa, un convidado de
barro ¿Cuál sería su reacción?
Pues es exactamente la circunstancia que
vivimos durante las fiestas de fin de año. Ignoramos al que nació como nosotros,
de carne y sangre. Por amor eligió ser pobre y sufrió como cualquiera de
nosotros sin ser como nosotros. Y porque nos amó, acepto morir como un cordero
que en esos tiempos se mataba para expiar culpas y como cordero al morir, no
protesto sino que fue garroteado de un modo inmisericorde y de ese modo pagó
todas nuestras culpas, para restablecer nuestro derecho a tener comunión con su
Padre y si creemos que vino y murió por nosotros, fue sepultado y resucito al
tercer día y subió a los cielos donde ha sido exaltado al más alto lugar,
podamos tener eternidad gloriosa.
Pensemos que el personaje de las fiestas es
Jesús, no Papa Noel. Sepamos diferenciar quien vino a traernos eternidad victoriosa
y no alegrías pasajeras. Cuando los paraguayos hablamos de las virtudes que
atesoramos, la hospitalidad figura entre ellas. Hospitalidad significa acoger
con amabilidad, recibir como invitado, proveer amor.
La pregunta que nos cabe: ¿Es la nuestra
una Navidad hospitalaria? ¿Acogemos con amabilidad y gratitud a quien vino a
morir por nosotros? ¿Es el invitado de nuestra fiesta y el personaje central?
Reconozcamos que no y tengamos la consideración de ser agradecidos a quien amo
el mundo y en la cruz con su último suspiro le dijo al Padre: “Todo está
consumado”. Lo que nuestro Salvador le estaba diciendo era, Papá, he cumplido a
cabalidad la misión que me encomendaste.
Feliz Navidad!
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