Pensó que potenciaría la captación de señales extraterrestres si arrimaba su pandorga a la antena cercana de una compañía celular pero, el viento traicionero lo arrebató de su sueño cuando atrapó su barrilete en los cables e interrumpida la comunicación interestelar, ya no pudo transmitir su lloro al extraterrestre con el que había entablado una fantástica conversación.
Recogió los hilos, dió una última mirada a su pandorga, se sonó la nariz con un pedazo de la cola del barrilete que logró rescatar y se fue a su casa con la cabeza gacha. Mañana será sólo un recuerdo de las vacaciones de invierno y tal vez dentro de unas cuantas décadas, una extraordinaria narración para sus nietos.
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