La tristeza del futbol en el barrio. (clic sobre la foto para ampliarla)
No. La
defensa no hacía agua porque estaba lista para contener al puntero que suele
arrancar desde atrás con pelota dominada y el arquero atento al centro
traicionero que el cabeceador espera sobre el área chica. El problema es que el
partido fue suspendido porque el rio se salió de madre y reclamó protagonismo
en pleno mundial y viene avanzando sobre el área rival.
Los perros
acostumbrados a la algarabía de sus amos, se deprimen a la vera del agua que
les irrita porque impide a sus dueños correr, saltar y patear. El Rio Paraguay
a la altura de Santísima Trinidad, ha avanzado kilómetros en territorio
anegadizo que poblaciones marginales le disputan al cauce.
El futbol
debe esperar. Los músculos se agitan y contraen en apuradas mudanzas y las
gambetas no son para eludir rivales sino esquivar aguas profundas y salvar
colchones, cocinas y efectos personales. La pelota llora su angustia mientras
los “tres palos” andan a los caños. Y si el problema dura, un pelotazo al poste
podría descubrir que abajo, las aguas han hecho daño y el óxido debilitó las
estructuras.
Algún
herrero futbolista acudirá después a dar la soldadura de refuerzo y algún albañil
que vive por ahí, le echará una mano a la cal que el agua desdibuja donde está
el área penal. El vendaval traidor, cruel y antifutbol, acalla por ahora las
gargantas y los equipos, solo se juntan para comentar las ultimas jugadas,
recordar el pisotón, de aquella entrada por la izquierda y el centro que vino a
rastrón que el centro delantero se comió por un mal pique en el último minuto y
fue empate que al otro equipo coronó como campeón.
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