“Quiero preguntar aquí si los ecuatorianos que producen la banana mejor pagada en el mercado argentino, son campesinos como nosotros”. La respuesta que siguió a esta pregunta, le sirvió al anónimo filósofo salido de un bananal de la localidad de Tembiaporá para resolver un dilema que se estaba volviendo extremadamente complejo y allanó el camino para que productores entendieran que es posible producir una banana “premiun” en Paraguay.
Aquella pregunta con la que iniciamos el artículo, interrumpió la exposición del experto en calidad de frutas tropicales del Mercado Central de Buenos Aires que estaba explicando por qué el consumidor bonaerense paga 56 mil guaraníes por una caja de banana ecuatoriana y sólo 30 mil por una caja de banana paraguaya.
El expositor estaba enumerando las cualidades de las bananas que las hacen de primera o de cuarta ante un auditorio conformado por productores de la zona de Tembiaporá (Caaguazú). Y señalaba con lujo de detalles cómo era posible convertir a la banana paraguaya en una de las mejores entre sus competidoras, siempre que se aplicaran normas de buenas prácticas de cosecha y post cosecha y se cuidaran os modos de manipuleo de una fruta que por su sabor, merecía casi duplicar su cotización en el mercado argentino.
Lo que estaba planteando el ingeniero agrónomo Hugo Omar Lauro, el experto venido de Buenos Aires, implicaba –claro está- un cambio radical en el manejo de cosecha paraguaya, absolutamente viable.
Claro, todo cambio conlleva una revolución mental de los productores que están obligados a dejar atrás su modo tradicional de proceder para incorporar una actitud coherente con el propósito de sumarle a la fortaleza del sabor, una imagen de fruta de primera calidad.
Los productores paraguayos reunidos bajo un hermoso mangal para escuchar la interesante clase teórico práctica, se estaban planteando por su lado, formidables certidumbres y dudas. Uno de ellos, llegó a manifestar en guaraní que él era capaz de aplicar las normas de buenas prácticas pero dejó entrever sus dudas acerca de si los demás lo harían tan correctamente como él estaba dispuesto a hacerlo.
Y en voz alta, expuso si en todo caso, no le convendría a él actuar en forma individual y no por la vía de la Cooperativa, a fin de recoger con seguridad los frutos de su sacrificio personal, antes de que su producto excelentemente bueno perdiera sus virtudes, mimetizado en una carga de calidad heterogénea.
Se estaba planteando una duda profunda, pero legítima. Inteligentemente el expositor guardó silencio y dejó que el debate siguiera su curso porque estaba en juego un tema crucial, vinculado al visceral deseo de mejorar los ingresos, guardando para siempre en el baúl de los recuerdos, perjudiciales prácticas que estaban en la memoria de los músculos de cada uno de los productores.
Era necesario un cambio radical de conductas productivas y cosecheras. ¿Eran capaces de hacer una suerte de juramento para adecuarse a nuevas prácticas como podar el cacho luego de manifestarse, para que en vez de 14 pencas de bananas pequeñas sólo tuviera 8, comercialmente útiles y de una fisonomía incomparable?
¿Estaban dispuestos a desinfectar en una solución antimoho, el cuchillo que usan para el corte del cacho y de las pencas de banana? ¿Se reeducarían para manipular la fruta sin golpearla, sobre una mesada cubierta de goma espuma como nunca antes lo hicieron?
¿Cumplirían las normas de cuidadoso empaque en las cajas previamente revestidas de un cartón corrugado para amortiguar los golpes durante el transporte y así, adoptarían seriamente otras prácticas correctas de manejo de la producción? ¿Estaban dispuestos a cultivar cortinas forestales rompevientos para proteger los bananales incluso del polvo e invertir en una adecuada fertilización para reponer el potasio y otros minerales que los cachos extraían del suelo?
Un grupo de exportadores pobres, deseosos fervientemente de mejorar sus ingresos, se estaba planteando duramente el dilema de qué es gasto y qué es inversión. Estaban además reflexionando sobre el fastidio que implica lidiar contra las costumbres.
Todo parecía nuy difícil hasta que surgió el planteo de un campesino que filosofó en medio de la discusión y preguntó si para percibir el jugoso pago que hoy reciben los productores ecuatorianos, han tenido que hacer todo lo que ahora se les planteaba a ellos. “Si”, fue la respuesta.
Despejada la primera duda, planteó otra: “¿Los ecuatorianos que producen la banana mejor pagada en el mercado argentino, son campesinos como nosotros?”. La respuesta, fue nuevamente “si” con lo que el anónimo filosofo productor de banana dio por concluida la discusión “porque si son como nosotros, quiere decir que lo podemos lograr”. No había extraterrestres de por medio.Lea todo el artículo>>
No hay comentarios:
Publicar un comentario