No quiero establecer paralelismos entre la tragedia del Ykua Bolaños y la tragedia del maremoto japonés. De lo que quiero hablar es de la actitud que asumimos ante la dureza de los acontecimientos. Mientras nosotros lloramos a moco tendido nuestro dolor, los nipones reprimen la exteriorización del dolor y los analistas sostienen que lo hacen por respeto a los demás.
Como que no quieren contribuir a que la dramatización de su pena, contagie a los demás. Tratan de guardarse para si esa manifestación en una intimidad dolorosa. Todo es cultural y cada cultura reacciona del modo que sus ancestros han venido haciéndolo.
Otra diferencia es que en circunstancias similares, en otras partes habría saqueo. Aquí vemos a centenares y tal vez millares de personas siguiendo una estricta fila para comprar alimentos.
Pero tal vez la diferencia más notoria sea la actitud que se instala cuando aún no se agotaron las lágrimas. Como que hay mucho por hacer y si se empieza cuanto antes, mejor.
Se habla de 100 mil millones de dólares en pérdidas por parte baja, 440.000 damnificados, 11 mil casas borradas del mapa. 10% de la industria está paralizada y hay 17 mil personas entre muertas y desaparecidas.
Los corresponsales dicen que en Tokio la actividad es casi normal, salvo los cortes de energía que suelen sobrevenir. Se entiende que en las zonas devastadas, aún hay gente recorriendo en busca de pertenencias y cadáveres.
El jefe de Estado nipón ha enviado un mensaje positivo y dijo que no debe haber espacios para pesimismos y habla de emprender cuando se pueda, vale decir lo antes posible, la recuperación.
Sin hacer un juicio de valor es bueno observar el comportamiento de los demás aún en circunstancias penosas para entender de las diferencias lo que a cada sociedad nos toca en cuanto a posicionarnos frente a la vida, la muerte, las circunstancias, los problemas y cómo enfrentamos los desafíos.
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