Juan Cancio Barreto, con su arte sobre el poncho
El poncho debería ser uniforme de colegios, indumentaria infaltable en el invierno paraguayo ya sea en la calle o la oficina pero, dos factores conspiran contra su adopción definitiva como un abrigo paraguayazo insustituible: 1- Nuestra mentalidad que discrimina lo nuestro; 2- Su presunta capacidad de cubrir lo oculto. Vale decir supuestas razones de seguridad.
¡Cómo te vas a ir en poncho a la oficina! Esta expresión esconde la discriminación socioeconómica del poncho.
Es ropa para pobres y llevarla al trabajo denota la hilacha, la “clase”. Aunque la textura y la confección de la prenda sean de alto nivel.
Felizmente estamos los que nos animamos a usar poncho y vencer convencionalismos. Buen rompeviento y abrigo extraordinario. Versátil porque cuando el sol levanta la temperatura, también el poncho se levanta al cuello y queda como una capa según la decisión del tenedor.
Lo otro encierra un temor más barriobajero. Se presta al “poncho guy”, lo que se oculta bajo la indumentaria que puede ser el facón traicionero como aquel del asesino “diente de oro, puñal en mano” que hiere de muerte a Pedro Navaja, no sin antes recibir certeros disparos que también ponen fin a su penosa existencia.
Pero es más una poesía tenebrosa que realidad. La inseguridad callejera no se escuda bajo el poncho si en pleno verano se producen asaltos y rapiñas.
Expongo aquí mi queja porque criterios erróneos y francamente injustos, discriminatorios e insustentables relegan a uno de los mejores abrigos inventados por el hombre a un rol protagónico secundario en el Paraguay del Bicentenario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario