Stroessner sufriría en la era satelital y de Internet. No hubiera podido falsear datos meteorológicos.
Antes de la última tormenta que se llevó vidas y haciendas, curiosamente no hubo alerta meteorológica. La magnitud de lo que aconteció era previsible para los meteorólogos. 160 milímetros de lluvia no aparecen de la nada ¿hubo desde la dimensión política una recomendación de prudencia “stronista”? Nos queda la duda.
Alfredo Stroessner entendía que “la paz constructiva” que vivía la República no se merecía anuncios asustadores de tormentas de modo que la “orden superior” era empequeñecer todo episodio meteorológico que se cernía sobre esta parte del globo.
Es así que a principios de los 80s se registró lo que se llamó la “Crecida del Siglo” cuando las aguas del río Paraguay subieron de un modo desconocido y se montó un metro por encima del nivel del muelle de Asunción. Toda la Chacarita quedó bajo agua y el desastre fue histórico.
Ciertamente no nos fuimos dando cuenta porque todo lo que los pronosticadores nos anunciaban eran “chaparrones aislados” y sobrevenían tormentas tropicales de características diluviales.
La orden era mentir
Lo cierto es que si caían 160 milímetros como la vez pasada, los informes del Hombre del Tiempo hablaban de 70 milímetros hasta que un día en que los raudales en Asunción fueron descomunales, los periodistas lo encaramos y le dijimos que sus equipos de medición debían estar jubilados.
Confesó con dolor en el alma y en un marco de indestructible confianza que su ciencia meteorológica había sido pisoteada por el mandato del dictador que dictaba las pautas. Las lluvias nunca deben superar los 70 milímetros, los vientos no deben pasar los 80 kilómetros por hora y las tormentas debían ser meros “vientos variables ocasionalmente fuertes”.
Tan considerado era Stroessner con nuestra calma y fiel a su lema “Paz y Tranquilidad con Stroessner”, las tormentas –en el peor de los casos- debían ser catalogadas con nombres raros como “vaguadas”. Todo se cargaba a la cuenta de “el precio de la paz”.
Estarán en los cuadernos de la Dirección de Meteorología los datos fieles a los acontecimientos pero si averiguamos los registros en los diarios capitalinos, veremos una seguidilla de chaparrones y lloviznas.
Está visto que de nada servía la mentira si el agua llegó a donde nunca había alcanzado, los destrozos fueron históricos pero ahí estaba el gobernante que ponía límites no sólo a las libertades cívicas sino que también al mal tiempo.
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