lunes, mayo 23, 2011

La muerte de la abogada Noemí Colmán en una camilla de lipoesculturación

Desafiar al cáncer de piel bajo insoportables horas de exposición al sol de mediodía en busca de un broncíneo tejido epitelial; tentar a la muerte en operaciones de liposucción para ganar una cintura que la gula arrebató, son actos de alto riesgo que observamos con frecuencia.

Implantes mamarios de silicona, glúteos de tejido sintético, extracciones de costillas flotantes para que la cintura sea como la de Barbie. Para demandas de este tipo siempre existen científicos dispuestos a ofertar a fin de abultar sus cuentas bancarias.
Tan insensatas propuestas encuentran en la frase “el cliente pide” o “el cliente siempre tiene la razón” la sustentación. "Qué me agrego o que me quito".
No siempre el problema es el relleno que sobra o que falta.
Importa también el color y según la ocasión hay personas que lucen ojos azules o color miel en base a prácticas invasivas no siempre recomendables.
A veces la locura es personal pero vivimos en un mundo que condiciona al resto con sus exigencias de buena presencia para encontrar trabajo, mas allá de la capacidad o idoneidad que una persona pueda tener para desempeñar con eficiencia una tarea.
Las sagradas escrituras exponen que Dios nos creó a su imagen y semejanza y sin embargo desafiamos los mandatos de la creación.
Nadie puede oponerse a que un implante o una extirpación apunte a mejorar la funcionalidad del cuerpo humano o a disfrazar una mutilación que alguna enfermedad o un accidente nos causó.
No sabemos que motivaciones impulsaron a la abogada Noemí Colmán a recurrir a un cirujano para que simulando ser Dios moldeara su cuerpo.
Lamentablemente es tarde para ella pero no para otros que buscan en el bisturí la belleza física de artificio.
Cuan vana es la tentación que penosamente apresura aquella divina indicación que nos dice que de barro fuimos y al barro volveremos.

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