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Desde que nos aproximamos al año 2000 hemos estado
preanunciando y temiendo finales para la humanidad. Trece años atrás los
temores giraban en torno de la presunta infalibilidad de las profecías de
Nostradamus. Esta mañana el mundo se despertó con un acontecimiento en los
Montes Urales que nos devuelve un contexto de tiempos postreros.
Incluso entre los que no creen subyace una sensación de que
algo importante está por pasar y eso hace que toda cita situada en esa perspectiva
genere curiosidad. Recordemos que todo el año pasado la humanidad tuvo en mente
el mes de diciembre porque presuntamente una predicción maya situaba para
entonces el final de los tiempos.No aconteció el final pero siguen sucediendo hechos llamativos como por ejemplo la renuncia del Papa porque está enfermo, cansado y sin fuerzas –signos de un final- y el rayo que cae sobre la Basílica de San Pedro unas horas después del anuncio de renuncia.
Nostradamus, los Mayas, los tsunamis y terremotos que cambian el eje de la Tierra; las grandes sequías, las grandes lluvias, nevadas históricas, la aparición de nuevas epidemias, las plagas, todos son hechos que nos ponen como el telón de fondo deque son tiempos diferentes que nos llevan a una situación que debe definirse.
Los creyentes que beben de la palabra de Dios y escudriñan en la Biblia, tienen desde luego la certeza de que se viven los tiempos finales en que hay que ponerse a cuentas con el Altísimo y perseverar en el camino correcto.
Entienden que todo lo que pasa y que mencionamos aquí, son signos, señales que han sido preanunciados por profetas como Jeremías, Daniel y que también figuran en los libros bíblicos de Mateo y Juan.
Se plantean entonces dos conductas. Por un lado, los que no creen pero consideran que todo tiempo pasado fue mejor y los que creen y entienden que lo mejor está por venir porque cada vez que avanzamos en el tiempo se acerca el momento del encuentro con Jesús y la gloria eterna.
En esa dicotomía de desesperanzas de unos y esperanza de otros, transcurren estos tiempos.
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