Hasta hace unos años, los sindicatos se formaban para luchar por reivindicaciones laborales. No sólo salarios sino condiciones infraestructurales de trabajo. El proceso de humanización que organizaciones de la sociedad civil están impulsando en los países de primer mundo, mudan el escenario de las reivindicaciones desde los sindicatos a los grandes centros de consumo y el planteo es claro: si no se respetan derechos laborales en los países del tercer mundo, no habrá ventas al primer mundo porque no tendrán licencia social y humana.
El diario El Mundo, planteó en estos días con mucha claridad el tema sobre el que de algún modo el presidente Nicanor Duarte Frutos echó leña al juego cuando dijo –palabras más, palabras menos- que el régimen de maquila es la nueva esclavitud.
Ocurre que los inversionistas, buscando ventajas comparativas monitorean el planeta y analizan en qué puntos los costos de mano de obra son mejores y hacia allá emprenden sus negocios.
Instalan sus plantas fabriles y se benefician de regimenes arancelarios especiales y de ese modo alcanzan competitividad en mercados importantes de Primer Mundo.
A partir de ahí, funcionan las nuevas exigencias que están surgiendo en las sociedades más desarrolladas. Basta decir que el 70% de las prendas que viste la humanidad, se confeccionan “en el Sur”.
Con la carne pasa lo que estamos diciendo. De nada sirve que los hatos paraguayos sean sanos si el transporte de las reses que van al matadero se hace según sistemas “inhumanos” o mejor dicho “invacunos” y si el sacrificio del animal que se convertirá en bife es sanguinario, cruel.
Esto lleva a instalar mecanismos que buscan atontar primero a la res para que no tenga una muerte sufrida. Deben venir expertos de los países compradores a observar todos esos detalles para que luego de las correcciones que sugieran, se reanuden las compras.
Tal vez en un futuro, los trabajadores, en vez de asociarse a un sindicato deban aliarse a una ONG primermundista que maneje desde allá sus intereses.
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