Huevos rotos por protestas sindicales contra la sede de la Secretaría de la Función Pública
Qué es lo que en la función pública diferencia a un “correligionario” que ingresó por decisión de un líder partidario y un profesional que ingresó por concurso. El primero, básicamente es un privilegiado que le debe su cargo a un jefe partidario; el segundo le debe lealtad al ciudadano porque ingresó como “servidor público”. Los términos de referencia del concurso, establecen claramente su responsabilidad y el propósito de su tarea.
Cuando un funcionario ingresa por méritos políticos y no por su capacidad, está pendiente de satisfacer las demandas de quien lo nombró. Él le concedió una gracia.
Probablemente al ingresar no tenía clara la función que iba a desempeñar. Primero se lo nombró y después se vio qué tareas se le encomendarían. En algunos casos, nunca se le encomendó una tarea específica.
¿A quien le debe atenciones?
No está comprometido con la eficiencia o con el ciudadano porque su sueldo o su ascenso están pendientes de la satisfacción a su jefe y al partido.
Y ocurre que satisfacer al jefe o al partido, poco tiene que ver con cumplir eficientemente su tarea en la oficina estatal. Está ahí porque activa dentro de la seccional o el comité y cumple las indicaciones del líder partidario.
Le queda clarísimo a quien agradar, a quien servir mejor. En su horizonte, el ciudadano está arrinconado a una posición de segunda o de cuarta.
Queda entonces también muy claro por qué finalmente la ciudadanía interpreta que recibe una atención de cuarta.
Los genios muchas veces postergados
Que quede claro, no todos los funcionarios públicos son simplemente "correligionarios". En el otro extremo de la incapacidad sin responsabilidades ni compromisos, en la administración pública está la gente más capacitada profesionalmente.
Gente que ha hecho cursos en el exterior, participó de seminarios, talleres del más alto nivel. Muchos de ellos están esperando su oportunidad para planear, dirigir, gestionar, evaluar.
Otros, ya lo están haciendo. Es justo reconocerlo.
En el caso de un concurso público de oposición, los que se presentan a competir tienen nítidamente claros los términos de referencia de la función que van a cumplir, de las competencias que se necesitan, el horario que se va a destinar a la tarea y los productos que se esperan, entregue al Estado empleador.
El que fue elegido, no ingresa a la función pública por la bondad y gracia de un líder partidario. Ingresa por su propia capacidad y con objetivos muy bien determinados.
Este profesional viene a romper la lógica del poder clientelista. No está para caprichos partidarios sino para cometidos que tienen que ver con el mejor desempeño de sus funciones.
Su presencia en la función pública puede provocar inseguridades e incomodidades entre aquellos que están por su militancia partidaria y que ahora perciben que para los ascensos o recategorizaciones ya no van a funcionar los parámetros antiguos.
El cambio es procesual
Claro, se trata de un proceso que ha comenzado pero el hecho de haber comenzado no implica un cambio como de la luna llena al sol radiante, como la gente desearía. El amanecer es lento.
El buque zarpó y la pregunta que todos nos hacemos es ¿qué va a pasar cuando haya un cambio de timonel y el nuevo responda al viejo estilo y diga, esto lo vamos a hacer como “nosotros ya lo sabemos” y lanza la carga de la modernidad y la eficiencia al agua?
(Abordaremos este tema en el próximo artículo de la serie)
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