Antes que un paralelismo se da un cruce en la vida de Fernando Lugo y Sabino Augusto Montanaro. El primero que estaba al servicio de Dios renunció a ese rol para servir a los hombres en tanto que el segundo desarrolló un currículo divergente. Montanaro predicaba el odio y luego decidió predicar el amor y el valor que estos acontecimientos contradictorios tienen, radica en el asombroso cambio que implican para motivar una reflexión.
Ambos, al igual que cualquiera de nosotros, son pecadores pero no nos corresponde a nosotros analizar sus vidas desde esa perspectiva ya que no nos corresponde ese papel. Otro será el juzgador pero merece la pena que analicemos el tema respecto de las vueltas que da la vida. Unos que vienen y otros que se van.
Del mismo modo que Fernando Lugo fue desnudado en sus perfiles inicuos, Montanaro también lo es pero su caso es diferente en el sentido de que si se dedicó a predicar la palabra de Dios luego de militar en las huestes del enemigo, deberíamos ser más exigentes con él. Hoy encarna al bueno de la película.
Es totalmente comprensible la bronca ciudadana en contra de quien fuera Ministro del Interior durante el gobierno de Alfredo Stroessner pero queda claro que se le cuestiona al “hombre viejo” cuya imagen quedó entre nosotros y no al predicador en Honduras que es el “hombre nuevo”.
Algo tendrá que decirnos
No lo hemos escuchado aún a Montanaro pero algo tendrá que decirnos desde la nueva perspectiva de su compromiso con la Palabra y sus convicciones bíblicas.
Independientemente de los juicios terrenales en Paraguay -que los debe enfrentar- de parte de quienes se consideran víctimas de su gestión como Ministro y personero de Stroessner, algo tendrá que decirnos y debo suponer que será extremadamente valioso.
Hay que escucharlo para saber si hay una conversión sincera en él. Insisto, no se trata de liberarlo de las querellas que tiene pendientes sino de saber si estamos realmente ante un hombre renovado por la fe y dispuesto a mitigar el daño que hizo a quienes hoy lo quieren en la cárcel.
No podemos dejar pasar estos dos casos de hombres públicos, uno convertido de predicador a político y el otro, de político a predicador porque evidentemente hay ahí un mensaje que lo tenemos que interpretar.
Claro, necesitamos sabiduría más que pasión para darle una lectura correcta. Por de pronto, definitivamente los seres humanos no somos lo que parecemos.
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