De un lado nos quejamos porque las empresas no son lo suficientemente dinámicas para generar empleos y proyectarse hacia el mercado externo y generar divisas. Sin embargo, cuando ocurre un fenómeno como el que se reclama –por ejemplo en el rubro carne-surgen los reproches porque se privilegia el mercado externo por sobre el consumidor interno. Es bueno que reflexionemos –más que como consumidores- como ciudadanos, evaluemos las reales conveniencias y actuemos en consecuencia.
Se aplaude que las exportaciones cárneas paraguayas orillaren los 307 millones de dólares entre enero y julio, vale decir unos 104 millones de dólares más que en el mismo período del año pasado. Estamos hablando de divisas sanas que ingresan para catapultar más inversiones y generar más empleos.
En todos los sectores hay críticas a la baja tasa de inversiones y al resultado de ese fenómeno que implica la exclusión y expulsión de miles de paraguayos que deben emigrar en busca de oportunidades que no hallan en este suelo.
Sin embargo, hay que entender que el éxito exportador tiene su costo y es el natural aumento de precios locales. Claro, si es más rentable vender la carne a Rusia, Sudáfrica o Chile, la lógica de los negocios señala que lo que conviene al negocio del país es obtener los mejores beneficios posibles, financieramente hablando.
Ahora, la rabadilla que hace unos años estaba a 7 mil guaraníes hoy se consigue a 19 mil guaraníes el kilo y curiosamente comienza a hablarse de que el éxito de la exportación de carne nos va a hambrear.
¿Se detuvieron a pensar en la simplicidad de un razonamiento de esa naturaleza, en un país agrícola y ganadero como el nuestro? El primer razonamiento que surge es que somos víctimas de una falta de diversificación de nuestras fuentes alimentarias y no reparamos que precisamente por ser grandes consumidores de carne, eso representa problemas en la salud pública (colesterolemia, hipertensión, etc.)
Otro razonamiento que conviene hacer. No toda la carne se exporta. Mejor dicho, no todos los cortes de carne. Van el filet mignon, el cuadril y algunos otros cortes. Hay que ver qué cortes quedan y que por representar una sobreoferta al mercado interno, deberían bajar.
Pero caben muchas otras preguntas como ¿qué está pasando con la ganadería menor que incluye chanchos, ovejas, cabras, conejos? ¿Qué está pasando con la oferta de pollos, patos, gansos, faisanes? ¿Qué está pasando con la pesca, con la cría de carpas y tilapias?
Uno hoy día va a un restaurante y pide surubí y no existe tal pescado. No puede ser. Es señal de que hay una infernal depredación de recursos ícticos en un país cruzado por ríos, arroyos y que cuenta con inmensos humedales.
Si nos detenemos a pensar, es extraordinaria la serie de oportunidades que tenemos para aprovisionarnos de proteínas de la carne como para venir a plantearnos de entrada reproches contra sectores exitosos de las exportaciones paraguayas pero es fundamental pensar en función de los grandes intereses nacionales y no sólo desde la perspectiva de consumidores de asado.
Eso si, es fundamental que las autoridades competentes sean creativas para proponer nuevas recetas de cocina que nos permitan incorporar a la dieta cotidiana, elementos no solo indispensables sino que sanos y que nos permitan mejorar notoriamente la calidad de la alimentación paraguaya extremadamente dependiente de la carne vacuna.
La Universidad puede aportar valiosos conocimientos y experiencias. Pensemos primero antes de pretender interferir procesos económicos necesarios para tonificar nuestra alicaída economía nacional.
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