Es evidente que el pedido de disculpas que formuló Tiger Woods cayó más sincero y honesto ante el público que el manifestado por el Papa Benedicto XVI y el resultado está a la vista. El mejor golfista del mundo fue recibido con muestras de cariño por la multitud en el Máster de Augusta que le gritó frecuentemente “we loves you Tiger”. Del otro lado, anda ahí el Papa sumido en un torbellino de descrédito.
El punto es que el deportista reconoció su error y manifestó arrepentimiento.
Lo hizo públicamente y admitió que actuó de un modo contrario a los valores que sus padres le inculcaron.
Pidió una nueva oportunidad. Su esposa se la dio y el público quedó impactado ante la sinceridad de alguien que cae pero que está dispuesto a levantarse y salir adelante.
Pocas veces antes un deportista recibió un respaldo de tal magnitud como el jueves en el primer día del Máster de Augusta.
La TV siguió fundamentalmente sus golpes. Era el espectáculo a seguir, sus gestos, sus miradas, todo.
A finales del año pasado cuando los escándalos sexuales extramatrimoniales quedaron al descubierto, muchos vaticinaron el ocaso del golfista más grande de la historia.
Nosotros aquí en RESCATAR nos anticipamos a vaticinar un futuro diferente para él.
Cuatro meses atrás de algún modo creímos que iba a ocurrir lo que ocurrió: el retorno triunfal del hombre que cometió errores pero que está dispuesto a enmendarlos.
Joseph Ratzinger tenía desde luego menos margen de error y su pedido de perdón sonó muy a discurso redactado por otros y leído sin convicción. Su carta fue fría.
Woods no envió cartas sino que dio la cara y asumió con frontalidad el difícil paso de reconocer errores, arrepentirse, pedir perdón y reclamar una nueva oportunidad.
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