martes, julio 25, 2006

Dios eligió el lugar pero al parecer fue el Diablo quien educó a sus habitantes

Lo más aproximado al Eden es el territorio que ocupamos pero por qué somos tan pobres en un país tan rico. Todo el mundo en los discursos y en sus observaciones habla de que tenemos abundantes tierras fértiles. Si miramos el mapa, observaremos que está cruzado por mil y un ríos y arroyos. No padecemos de grandes desastres naturales como terremotos o erupciones volcánicas; escupimos una semilla de pomelo y 3 días después germina la semilla y sin embargo....

Invitado por su autor, a publicarlo, levantamos aquí el comentario de Polan Lacki Si somos tan ricos, por qué estamos tan pobres” en el que aborda fundamentalmente el tema de la pobreza rural. Es extremadamente aleccionador lo que expone porque finalmente tiene la virtud de plantearnos las cosas cuya corrección está a nuestro alcance.
Otros hubieran dicho que la pobreza rural se debe a los subsidios que los países del primer mundo pagan a sus productores agrarios con lo que patean la olla de los campesinos o directamente le achacarían la culpa al “liberalismo apátrida y hambreador” o a “sus secuaces el FMI y el Banco Mundial”. Claro, como otros son los culpables, nos quedamos en el molde. No hay culpabilidades nuestras, todo está predeterminado y está escrito que tenemos que ser pobres nomás porque otros así lo han decidido.

Debate global
La publicación del artículo del brasileño Lacki en este blog que es parte de lo que se denomina “blogósfera” y que involucra unos 50 millones de blogs entre los que el nuestro –según nos los ha hecho saber Techonrati- está más o menos en el puesto 633 mil y pico aunque cambia día a día…, bueno la publicación del artículo de Lacki fue leída por algún lector que en algún lugar enganchó al planteo, otro similar de José Carlos Rodríguez de España que en la publicación “Libertad Digital” plantea que “la prosperidad sostenida le debe muy poco o nada a los recursos naturales”.
Dice este articulista que Venecia se construyó como rico poder mundial sobre un lodazal y que Alemania, Japón, Suiza, Singapur o Taiwán –países prósperos con poca tierra y pocos recursos naturales- alcanzaron índices de desarrollo por no ser escasos de recursos humanos.
Agrega que los aborígenes americanos precolombinos permanecían en la lipidia sin siquiera tener animales domésticos o conocer la rueda, mientras que Europa con mucha menos tierra, se había enriquecido y había desarrollado una cultura rica. Rodríguez, tituló su artículo “Ricos, pero pobres”, en el mismo sentido que Lacki.

Debate local
Hace unos años –escribiendo para el semanario La Opinión- se me planteó la misma duda y publiqué una serie de entrevistas sobre “Por qué somos pobres, en un país tan rico” y me encontré con respuestas interesantísimas. Había partido del enfoque de la Iglesia Católica de que la pobreza es consecuencia de la mala distribución de la riqueza.
Ese abordaje fue catalogado de simplista por un empresario que hizo el siguiente ejercicio mental: le dio un valor económico hipotético a todas las riquezas del Paraguay (propiedades inmobiliarias, hato ganadero, joyas, etc) y ese valor que era una cifra monstruosa lo dividió por la cantidad de habitantes.
A cada uno le tocaba algo así como 10 millones de guaraníes y remató con esta explicación: 30% de los habitantes con 10 millones de guaraníes cada uno, va a dilapidar ese recurso en juergas; otro porcentaje importante va a confiar el dinero a gente que no merece confianza; otro segmento emprenderá negocios de dudoso futuro y nuevamente una minoría apta para los negocios con el tiempo irá acumulando riqueza para reinstaurarse la misma situación que se pretendió corregir. Dicho de otro modo, la riqueza iría concentrándose de nuevo en pocas manos.
Claro, se refería a la calidad del “recurso humano” habitante. Otros entrevistados decían que el gran problema paraguayo radica en que culturalmente se demoniza el ahorro. Quien ahorra es mal visto porque “no come huevos para no tirar la cáscara”, es un “roñoso tacaño”. Por el contrario, es bien visto el “pojerá” (manos sueltas) el que malgasta su dinero, ese es alguien digno de ser imitado porque saber disfrutar de la vida.
Para quienes así opinan, la cultura del derroche, del gasto en superfluidades es causal de la pobreza. No existe cultura de acumulación y una buena cosecha que deja buenos dividendos, no implica el principio de un proceso de prosperidad sino que simplemente un período de mayores recursos para dilapidar. No hay prosperidad posible en este esquema.
Estaban también los que señalaban que el calor está ligado a la pobreza y que si uno mira la distribución geográfica de la pobreza en el mundo, notará que tiende a concentrarse en las zonas donde más calor hace. Justamente en los países fríos, donde hay sólo una breve temporada apta para el agro, el instinto de conservación manda producir de un modo eficiente y acumular alimentos para el invierno y eso ayuda a desarrollar visión de futuro, cultura de ahorro y de acumulación. Interesante ¿no?

El Dios vencido
Pero seguí entrevistando gente interesante y un día llegué a los mennonitas que forman en Paraguay islas de primer mundo, rodeadas de océanos de tercer mundo. Y ellos me hablaron del fatalismo católico como una de las causales de pobreza y para ser más serios en el enfoque, me conectaron con uno de sus teólogos.
Expresó entre otras cosas que América del Sur había sido catequizada nada menos que por los curas Franciscanos que hacían de la pobreza una virtud premiada con el reino de los cielos. Expuso el concepto del Dios muerto de los católicos en el sentido de que si mi Dios ha sido humillado, garroteado, crucificado y muerto por los malos qué es lo que yo –humildemente humano- puedo hacer para vencer mis propios desafíos. Si mi Dios ha sido vencido, yo no soy más que Dios.
Curiosamente ese mismo Dios impulsa a los mennonitas a tener en promedio, ingresos per capita 6 veces superiores al promedio general del resto de la población. Exponía el teólogo que se debía a que para ellos hay un Dios vivo que dice levántate y anda, gánate el pan con el sudor de tu frente y prospera, ayuda a tu hermano y entonces un mismo Dios, según la convicción del pastor que lo interpreta puede impulsar a un pueblo hacia la riqueza o estancarlo en la pobreza.

El sésamo pecador
Otro mennonita me comentaba esta anécdota. Era Semana Santa pero había que recoger el sésamo, el principal rubro de sustento de aquellos campesinos. El sésamo debe cosecharse en su momento porque de lo contrario se abre la vaina y lanza la valiosa semilla al suelo y se pierde la cosecha. La producción de ese año pintaba excelente.
El problema es que nadie realizó la cosecha a tiempo porque era Semana Santa y sería pecado mortal dedicar a la cosecha, el tiempo que era de oración y ayuno. Esto implica más o menos la pobreza en nombre de Dios porque a esa gente bastante le habrá durado el ayuno. Está claro que la religión influye.
No quiero que se interprete que la solución para resolver el problema de la pobreza es que todos vayamos al culto mennonita de “Raíces”. Apenas aportamos elementos para reflexionar y ver cómo cambiamos las cosas, para bien, porque no padecemos de amenazas de grandes desastres naturales como terremotos y erupciones volcánicas, aunque al parecer también ahí radica el problema de nuestra pobreza.
En efecto, California y Japón, son dos de las zonas más amenazadas por terremotos en el mundo y son las zonas más desarrolladas. Ello debido a que al parecer, inconscientemente, sus poblaciones buscan concretar de prisa todos sus sueños en la vida antes de que sobrevenga un terremoto que los aniquile. Tienen un propósito casi instintivo de prosperidad urgente y por estas comarcas domina la indolencia y la lentitud.
Para qué vamos a preocuparnos tanto si tenemos toda la vida por delante. Para qué vamos a hacer ahora lo que podemos hacer mañana. Nadie nos apura y si a alguien se le ocurre apurarnos, igual hacemos las cosas despaciosamente porque ya Napoleón decía: “Despacio que estoy apurado”.

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