En un contexto de sectores poblacionales con hambre, se destruyen más de 500 toneladas de carne. En medio de un panorama de notable brecha digital, el Congreso “archiva” computadoras y actúa como el perro del hortelano que no come, ni deja comer. Es fundamental replantearnos lo que hacemos bien y mal, para corregir actitudes públicas.
Nadie ha dicho que la carne china que ingresó ilegalmente al país estaba contaminada. Es más, curiosamente se abortaron esfuerzos encaminados a analizar la calidad del alimento. A toda costa, por todos los medios hubo presión para destruir lo antes posible el producto alimenticio que sin lugar a dudas se encontraba fuera de las reglas del comercio.
Tampoco tenía en regla los documentos sanitarios exigidos, lo que no quiere decir que el producto estaba contaminado. Es muy comprensible la preocupación del sector ganadero ante el riesgo de ingreso de microorganismos patógenos que pueden incorporar al país nuevas enfermedades para la ganadería. Aún así, no estamos convencidos de que se actuó correctamente.
Ello porque si el propósito era efectivamente destruir una carga para evitar la propagación de enfermedades en el reino animal nacional, el modo como se procedió a enterrar con operarios que no tenían la indumentaria adecuada, con mucha gente en el entorno filmando, fotografiando, verificando el procedimiento sin protección alguna y de un modo que no garantiza al ciento por ciento la no propagación de enfermedades, da que pensar.
Somos respetuosos de los derechos ganaderos. Nos interesa que el sector siga manifestando un comportamiento exitoso, más, no dejamos de ver el interés de otros segmentos que no son exitosos y que tienen déficit en el consumo de proteínas pero que también forman parte de nuestra sociedad.
Había maneras de analizar si la carne era sana o no, sin poner en peligro a la ganadería nacional y si se comprobaba que era alimento apto para el consumo, el contexto social nos obligaba a actuar de un modo solidario, vale decir, en forma absolutamente diferente al método egoísta al que se recurrió.
Las computadoras del Congreso
No todos los congresistas que recibieron de regalo una computadora, van a usar el equipamiento donado por el gobierno y pueblo de Taiwán. Es cierto que esas computadoras no se van a enterrar como se hizo con los alimentos pero equivaldría a casi lo mismo que esa tecnología de avanzada que es requerida por escuelas que necesitan acceso a bibliotecas virtuales para abrir la mente de niños rurales, retorne a sus cajas sin que puedan contribuir al cambio para el que fueron diseñadas.
El Congreso debe tomar la decisión de darle a esas computadoras el mejor destino ciudadano posible. PAIDEIA, una organización sin fines de lucro que promueve la web escuela en Paraguay, tiene una respuesta a cómo darle el mejor uso posible y así muchas otras organizaciones civiles que trabajan en zonas populares en el duro esfuerzo cotidiano de contribuir al mejoramiento de la calidad de vida.
Los parlamentarios recibieron el regalo, no a título personal sino que en su condición de representantes de la ciudadanía. Esas computadoras, no les pertenecen.
No es necesario abundar en argumentaciones pero no podemos refrenar el razonamiento con el que empezamos el artículo: En un país con hambre, nos damos el triste “lujo” de destruir alimentos; en una sociedad con penosa brecha digital, “archivamos” computadoras que pueden cambiar la mente de muchos niños.
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